El arte del período helenístico
ha sido víctima durante mucho tiempo del relativo desprecio con que se ha
considerado este período. «Cessavit Deinde ars» («y luego el arte desapareció»)
resume Plinio el Viejo en su Historia Natural (XXXIV, 52), tras describir la
escultura de la época clásica. Sin embargo, muchas de las más conocidas obras
de arte griego pertenecen a este periodo: el Laoconte y sus hijos del Vaticano,
la Venus de Milo o incluso la Victoria de Samotracia.
Un nuevo enfoque historiográfico,
así como algunos descubrimientos recientes, tales como las tumbas de Vergina,
han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta época.
Durante el periodo helenístico
hubo una gran demanda en obras de arquitectura, escultura y pintura, debido en
parte a la prosperidad económica de la época, a la competencia que los reyes
tenían entre sí por su afán de embellecer sus ciudades, las antiguas y las
recién fundadas y a la aparición de la clase social burguesa, muy numerosa, con
grandes posibilidades económicas que les permitía rivalizar con los grandes
señores. Los mejores clientes del arte fueron pues los reyes y los burgueses,
quedando en segundo lugar la demanda oficial de tipo religioso. Otro fenómeno
característico de estos tiempos fue el sentido de urbanización que proporcionó
grandes solicitudes artísticas. El arte helenístico triunfó y se extendió por
todo el universo helénico y aunque siguiendo distintas escuelas, existió
siempre una creación común, algo parecido a lo que había ocurrido con la lengua
koiné.
Alejandro creo un Fenomeno Helenistico:
El
término “helenismo”, que en griego significa en sentido genérico
“imitación de la cultura griega” y, en sentido más estricto, “forma
griega pura y correcta”, designa, a partir de Juan Gustavo Droysen que fue su
gran historiador (1808-1884), el período de expansión de la cultura griega en
Oriente, caracterizado, precisamente, por la fusión de elementos griegos con
elementos orientales.
Este
fenómeno histórico se produjo como resultado de la conquista de Alejandro
Magno (356-323 AC) quien, habiendo sucedido a su padre Filipo de Macedonia en el
año 336, entre les años 334 y 324, después de haber conquistado el imperio
persa, llevó las armas griegas al corazón de Asia, hasta el curso del Hipaspis
(hoy Beas, afluente del sur del Indo) e incluso hasta el Pendjab, sojuzgando los
territorios correspondientes a las actuales Turquía asiática, Siria, Iraq, Irán;
y Egipto hasta Assuán.
La
muerte prematura de Alejandro mostró muy pronto la fragilidad de esta
construcción demasiado grandiosa. Después de un período de intrincadas y
encarnizadas luchas entre los sucesores (diádocos) de Alejandro y
posteriormente entre sus descendientes, su herencia, alrededor del 275, aparece
dividida en tres grandes estados: 1) Egipto (y parte de Siria) de los Ptolomeos;
2) la Grecia continental (salvo la parte central, de las ligas etolia y aquea, y
Esparta, que era independiente) formaba el reino de Macedonia; y 3) el reino de
los Seléucidas, que comprendía aproximadamente la parte asiática.
Hacia
mediados de siglo se constituye finalmente la gran cuarta potencia de la época
helenística, el reino de Pérgamo (Misia), de los Atalidas. A fines de siglo (año
201), Roma, que interviene en el litigio provocado por las discordias de los
monarcas helenísticos, comienza a inmiscuirse en los asuntos de Asia; y ya la
paz de Amapea en el año 188, la ve como árbitro del mundo mediterráneo
oriental. Uno tras otro, los estados helenísticos se consumen en rivalidades
recíprocas y concluyen en la órbita de Roma, a la que, en el año 133, Atalo
III deja en herencia su propio reino.
Sólo
Egipto permanece independiente todavía un siglo más, pero el 1° de agosto del
año 30 AC también Alejandría cae en manos de Augusto, y Egipto se convierte
en provincia personal del emperador. El fin de la última monarquía helenística
es considerado, con razón, como el fin del propio período histórico. La misma
Grecia, en el año 27, se constituye en provincia senatorial romana con el
nombre de Acaya. El elemento griego ha concluido su fusión política en el
mundo que ya pertenece a Roma.
Con
frecuencia se olvida que el helenismo no había tenido necesidad de aguardar a
Alejandro para difundirse más allá de Grecia, tanto hacia Occidente como hacia
Oriente, después de la gran colonización realizada entre 750 y 550 AC. Se había
producido entonces una penetración comercial y cultural predominantemente pacífica,
consolidada por una profunda y duradera fusión étnica con las poblaciones indígenas.
Ahora,
en cambio, con Alejandro, los griegos actúan como conquistadores; la civilización
griega, y en primer término la lengua, se convierte la civilización oficial de
la clase dominante, es decir de un círculo limitado, y queda aislada en países
de civilización antiquísima (Egipto, Mesopotamia, etc.), entre pueblos y
lenguas absolutamente extraños al pueblo griego.
Debe
advertirse, sin embargo, que la conquista de Alejandro, que se dirigía contra
el enemigo tradicional de los griegos, o sea el imperio persa, miraba hacia el
Oriente, que resulta de esta manera conquistado por la civilización griega. El
Occidente griego, por su parte, aislado de la madre patria, será pronto
absorbido en la zona de influencia romana y perdido por Grecia, pero antes habrá
cumplido con la misión de intermediaria, a través de la Magna Grecia (sur de
Italia) entre la cultura griega y Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario