martes, 3 de diciembre de 2013

Fenomeno Helenistico



El arte del período helenístico ha sido víctima durante mucho tiempo del relativo desprecio con que se ha considerado este período. «Cessavit Deinde ars» («y luego el arte desapareció») resume Plinio el Viejo en su Historia Natural (XXXIV, 52), tras describir la escultura de la época clásica. Sin embargo, muchas de las más conocidas obras de arte griego pertenecen a este periodo: el Laoconte y sus hijos del Vaticano, la Venus de Milo o incluso la Victoria de Samotracia.

Un nuevo enfoque historiográfico, así como algunos descubrimientos recientes, tales como las tumbas de Vergina, han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta época.

Durante el periodo helenístico hubo una gran demanda en obras de arquitectura, escultura y pintura, debido en parte a la prosperidad económica de la época, a la competencia que los reyes tenían entre sí por su afán de embellecer sus ciudades, las antiguas y las recién fundadas y a la aparición de la clase social burguesa, muy numerosa, con grandes posibilidades económicas que les permitía rivalizar con los grandes señores. Los mejores clientes del arte fueron pues los reyes y los burgueses, quedando en segundo lugar la demanda oficial de tipo religioso. Otro fenómeno característico de estos tiempos fue el sentido de urbanización que proporcionó grandes solicitudes artísticas. El arte helenístico triunfó y se extendió por todo el universo helénico y aunque siguiendo distintas escuelas, existió siempre una creación común, algo parecido a lo que había ocurrido con la lengua koiné.

Alejandro creo un Fenomeno Helenistico: 
El término “helenismo”, que en griego significa en sentido genérico “imitación de la cultura griega” y, en sentido más estricto, “forma griega pura y correcta”, designa, a partir de Juan Gustavo Droysen que fue su gran historiador (1808-1884), el período de expansión de la cultura griega en Oriente, caracterizado, precisamente, por la fusión de elementos griegos con elementos orientales.

Este fenómeno histórico se produjo como resultado de la conquista de Alejandro Magno (356-323 AC) quien, habiendo sucedido a su padre Filipo de Macedonia en el año 336, entre les años 334 y 324, después de haber conquistado el imperio persa, llevó las armas griegas al corazón de Asia, hasta el curso del Hipaspis (hoy Beas, afluente del sur del Indo) e incluso hasta el Pendjab, sojuzgando los territorios correspondientes a las actuales Turquía asiática, Siria, Iraq, Irán; y Egipto hasta Assuán.

La muerte prematura de Alejandro mostró muy pronto la fragilidad de esta construcción demasiado grandiosa. Después de un período de intrincadas y encarnizadas luchas entre los sucesores (diádocos) de Alejandro y posteriormente entre sus descendientes, su herencia, alrededor del 275, aparece dividida en tres grandes estados: 1) Egipto (y parte de Siria) de los Ptolomeos; 2) la Grecia continental (salvo la parte central, de las ligas etolia y aquea, y Esparta, que era independiente) formaba el reino de Macedonia; y 3) el reino de los Seléucidas, que comprendía aproximadamente la parte asiática.

Hacia mediados de siglo se constituye finalmente la gran cuarta potencia de la época helenística, el reino de Pérgamo (Misia), de los Atalidas. A fines de siglo (año 201), Roma, que interviene en el litigio provocado por las discordias de los monarcas helenísticos, comienza a inmiscuirse en los asuntos de Asia; y ya la paz de Amapea en el año 188, la ve como árbitro del mundo mediterráneo oriental. Uno tras otro, los estados helenísticos se consumen en rivalidades recíprocas y concluyen en la órbita de Roma, a la que, en el año 133, Atalo III deja en herencia su propio reino.

Sólo Egipto permanece independiente todavía un siglo más, pero el 1° de agosto del año 30 AC también Alejandría cae en manos de Augusto, y Egipto se convierte en provincia personal del emperador. El fin de la última monarquía helenística es considerado, con razón, como el fin del propio período histórico. La misma Grecia, en el año 27, se constituye en provincia senatorial romana con el nombre de Acaya. El elemento griego ha concluido su fusión política en el mundo que ya pertenece a Roma.

Con frecuencia se olvida que el helenismo no había tenido necesidad de aguardar a Alejandro para difundirse más allá de Grecia, tanto hacia Occidente como hacia Oriente, después de la gran colonización realizada entre 750 y 550 AC. Se había producido entonces una penetración comercial y cultural predominantemente pacífica, consolidada por una profunda y duradera fusión étnica con las poblaciones indígenas.

Ahora, en cambio, con Alejandro, los griegos actúan como conquistadores; la civilización griega, y en primer término la lengua, se convierte la civilización oficial de la clase dominante, es decir de un círculo limitado, y queda aislada en países de civilización antiquísima (Egipto, Mesopotamia, etc.), entre pueblos y lenguas absolutamente extraños al pueblo griego.

Debe advertirse, sin embargo, que la conquista de Alejandro, que se dirigía contra el enemigo tradicional de los griegos, o sea el imperio persa, miraba hacia el Oriente, que resulta de esta manera conquistado por la civilización griega. El Occidente griego, por su parte, aislado de la madre patria, será pronto absorbido en la zona de influencia romana y perdido por Grecia, pero antes habrá cumplido con la misión de intermediaria, a través de la Magna Grecia (sur de Italia) entre la cultura griega y Roma.


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